La Bienal, que este año estaba manteniendo una línea interesante en cuanto a propuestas escénicas, anoche puso esa excepción que confirma toda regla, precisamente, con uno de los artistas más esperados de este festival.
Bienal de Flamenco de Sevilla, a 28 de septiembre de 2020. No saben ustedes la rabia que puede llegar a dar ver como se desaprovechan oportunidades de oro, como la que se le ha escapado a Rancapino Chico en el Teatro Lope de Vega en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Si. Como lo leen. La Bienal, que este año estaba manteniendo una línea interesante en cuanto a propuestas escénicas, anoche puso esa excepción que confirma toda regla, precisamente con uno de los artistas más esperados de este festival. Una oportunidad de oro para refrendarse como el cantaor grande que es y que habrá de esperar mejor ocasión – al menos dos años- para poder disfrutarlo en una plaza de primera como esta en la que estamos estos días.
La propuesta era más que interesante a priori. Que conste. Una mirada al pasado a través de un homenaje a los maestros. Y no a unos maestros cualquiera, sino a artistas que ya no están con nosotros y que cada uno de ellos ha representado un universo propio y singular y que, quizás, con una profunda revisión del espectáculo, este pueda tener mayor sentido y prestancia porque lo que se ofreció al respetable, en el teatro más bonito de Sevilla, no es, ni de lejos, lo mejor que tienen en sus discotecas los artistas homenajeados.
Manuel Molina, Manuel Torre, Antonio Mairena, Paco Toronjo, Juanito Valderrama, Manolo Caracol, Camarón de la Isla y Juan Moneo ‘El Torta’ eran los grandes que ya no están con nosotros a los que se les rendía pleitesía. Un sonido de cada uno de ellos en off hacían de introito – básicamente sacados de la serie Rito y Geografía del Cante-, seguidos porteriormente con piezas de su cosecha, si bien dentro de lo mucho y bueno que nos dejaron como legado y discografía, fueron bulerias y tangos los cantes que coparon gran parte del programa ofertado.
De las primeras, las bulerías, fueron tres las piezas ejecutadas: unas letras de Manuel Molina que sirvieron para alzar el telón, con todos guitarra en mano no sabemos muy bien por qué ni para qué, las bulerías cortas jerezanas de Mariena de aquel famoso disco que sólo dura tres minutos y poco y el tema ‘Venga alegría’ del genio de la Plazuela que tiene por nombre Juan, por apellido ‘Moneo’ y por apodo ‘El Torta’, fueron las propuestas realizadas. Por su parte, una versión y revisión de los tanguillos ‘Una rosa pa tu pelo’ de Camarón llevadas al compás binario así como el intermedio que ofreció la escolta sin el cantaor y en la que hubo encajes de letras morentianas, tortitas y parriteras, ya compusieron cinco de las nueve piezas del programa.
De Manuel Torre nos llegó su eco en forma de seguiriya, con la voz dulce de Rancapino y las manos de Paco León y, gracias a Dios, fue de lo mejor de la noche. De casta le viene al galgo y su padre conocía y conoce el universo torrero del cante del dolor presente y eso se nota en la voz del heredero, quien supo cogerle el pulso y parar el compás del 5x8 que exige este cante y llevarlo al terreno que debe.
De Toronjo llegó el fandango de Huelva, que sólo pudo verle cantando un tercio del aforo porque el otro estaba tapado por los tocaores, quienes daban la espalda a los otros dos tercios del público sentados en una mesa pegada a un lateral del escenario, mesa sobre la que se hicieron al golpe las bulerías maireneras con el mismo formato de visión reducida. Con Valderrama se abrió la hipotética segunda parte recordando al famoso Emigrante que dejó atrás su España querida y de Caracol sacó de su voz almibarada dos zambras escoltado por Antonio Higuero y Bernardo Parrilla, para las que se acompañó a mitad de ejecución de una figurante que no tenía mucho sentido su presencia en la escena, salvo que fuera para ocultar la luz que reflejaba la hoja que estaba en el suelo con las letras escritas.
Sinceramente, este quien escribe estas letras salió de camino a casa defraudado, no porque hubiera mal cante, mal toque o mal soniquete, que no lo hubo, porque Rancapino Chico tiene una voz y unas maneras cantaoras que son capaces de transmitir y conectar con cualquier aficionado al flamenco sin problemas, sino porque este lento homenaje a los maestros – a pesar de que sólo durara una horita corta- se presentó de forma deslavazada, sin transiciones trabajadas, sin una escenografía que mínimamente soportara los cambios de escena de los que se componía y, sobre todo, porque adolecía de los requisitos mínimos con los que se tiene que ir a un teatro y un evento de este calado ya que ni el Lope de Vega es una peña ni la Bienal es un festival de verano.
Menos mal que en el bis, tras el más que cariñoso saludo del respetable, Rancapino Chico si que fue ese cantaor que a muchos nos hubiera importado ver y disfrutar y que, como siempre, se perdieron quienes gustan de salir corriendo del espacio escénico nada más bajarse el telón.
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