'Muchelumbre' es un torbellino de notas, colores y sensaciones

Muchelumbre somos todos. Es ir a un concierto de Rosario y sentirse el pájaro, la rama y el temblor que a su marcha provoca, y desde la pespectiva de Rosario, tiene mucho que ver con la felicidad de haber empezado algo que ya no le pertenece. Todo eso es Muchelumbre.

Discúlpenme la licencia poética. Están en lo cierto. Muchelumbre no existe. No existe hasta que tienen la oportunidad de asistir a un concierto de Rosario ‘la hija del Pescaero’, una Rosario que tampoco existirá como tal en ese preciso instante porque tendrán ante ustedes, nada más y nada menos, que a la Reina Gitana.

Ese desconcierto, lejos de amainar, no habrá hecho sino dar comienzo. Usted mismo, mientras la escuche, se verá envuelto en un torbellino de notas, colores y sensaciones que, de un modo amable pero enérgico, le tomará de la mano para devolverle unos minutos más tarde al que lugar donde partió pero de regreso comprobará, no sin cierto gozo, que ya nada es lo que era, ni usted.

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Mudo testigo, y ajeno a lo imprescindible de su concurso, empezará a dudar de la lealtad de sus más íntimos colaboradores: los sentidos. Y será entonces cuando, como si de un color saliceno se tratase, del piano en llamas creerá ver planear un ascuas en forma de nota musical que irá a posarse en lo más recóndito de su ser, donde todo es silencio.

Y será ahí donde la música de Rosario prenda el fuego que no quema pero da calor, que no hiere pero da cobijo, ese que tiene por gracia hacerle recordar nuestra condición de seres de luz. Olas todos de un mismo mar. En ese instante, le embriagará la dulce sensación de no haberse ido nunca de casa.

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La música es el mejor atajo para llegar al alma. No hay mejor definición para este disco de Rosario Montoya ‘La Reina Gitana’ y para explicar lo que propone artísticamente pero se me antoja insuficiente para relatar de dónde se vuelve tras escuchar el último lirio en llamas de su piano. Muchelumbre es donde vuelven.