La emperadora del baile flamenco actual visitaba Jerez con su último espectáculo, avalada por el rotundo éxito que cosechó el día de su estreno en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en la pasada Bienal, y el Teatro Villamarta lució sus mejores galas para recibir a una bailaora que despierta las mismas intrigas y sensaciones que las que puede tener un niño cuando duerme en la noche de los Reyes Magos.
Da igual como se llame el espectáculo, y el forillo o el atrezo que la escenografíe, da igual todo, Manuela Carrasco posee personalidad suficiente como hacerte olvidar todo lo que tenga a su alrededor porque su baile, enmarcado dentro de las líneas más ortodoxas y puras de las que se ofertan hoy sobre los escenarios, lleva varias décadas siendo fiel a unas formas y a unas maneras que no la permiten caer en la tentación de la innovación, y eso no solo hay que tenerlo en cuenta sino que hay que apreciarlo y mucho.
Y Naturaleza gitana. Gitana morena que es como se denomina esta composición escénica donde los elementos se encarnan en la bailaora sevillana, se compone de cuatro escenas donde solo el baile flamenco en su más pura de las ortodoxias es el protagonista. Fuego, Aire, Agua y Tierra fueron apareciendo en escena, por este orden, a través de cantes de mineras, cartageneras y tarantos, abandolaos y rondeñas, canasteras, siguiriyas y soleá por bulerías en las que intervino El Potito como artusta invitado y bulerías y soleá por este orden, donde el único protagonista fue su baile.
Y digo bien su baile, en solitario, no todo lo demás desafortunadamente, por mucho que El Extremeño y Pepe de Pura pusieran todo de su cante para que eso no sucediera pero, si uno no viene a plazas como la del Teatro Villamarta, en Jerez, con una escolta champions desde el primero hasta el último de los músicos, corre el riesgo de que, por mucho esfuerzo que se haga, todo quede difuminado y falto de esa chispa que te levanta del asiento, como ocurriera en la Bienal.
Y fue una pena que esa ilusión y expectación y ese buen hacer que pudimos contemplar en Sevilla, no tuviera continuidad en Jerez y esos famosos duendes solo quisieran verla bailar en algunos pasajes por soleá, donde Manuela Carrasco se peleó hasta con las peinas del pelo y Enrique El Extremeño ejerció de fiel escudero tratando de cuadrar los tiempos para que ella tuviera una mano firme sobre la que agarrar los doce tiempos de la reina de los cantes.
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