Fernando Soto se consagra en Jerez

13/10/16 Flamencomanía David Montes

La noche del pasado martes tardará mucho tiempo en olvidarla Fernando Soto. Tanto ha luchado por poner los pies en el principal espacio escénico la tierra que lo vio nacer, que no desaprovechó la oportunidad que se le puso por delante en la víspera del día de la hispanidad. El envite era de puerta grande o enfermería, y él estaba dispuesto a salir a hombros del mismo coliseo en el que tantas noches de gloria diera su adorada e idolatrada Lola Flores, presentando su espectáculo ‘La Niña La Venta’, con el que cosechó un rotundo éxito.

Durante casi dos horas, el que fuera buque insignia de los ‘niños de la Calle Nueva’, demostró que por encima de muchas cosas vive y siente en artista. De otra manera no se puede explicar el gusto y las formas con las que fue desarrollando todo el espectáculo, cuidando hasta el más mínimo detalle, ganándose al público desde el primer momento y sabiendo mantener la expectación y el interés en todo momento.

Él es consciente de su carisma y sabe sacarle provecho. Un gesto suyo es suficiente para arrancar un ole. No necesita más que un chasquido de dedos para meter en compás a toda la orquesta. No necesita más que una mirada para que el cañón no pierda detalle de su persona, y sabe echarse sobre sus hombros espectáculos envergadura y calado, para poder llevarlo a teatros con empaje y prestigio como el Villamarta.

Metiéndonos en materia, durante dos horas Fernando Soto no escatimó en nada. Comenzando en formato minimalista, recordando los orígenes de Lola, a través de las letras de La Niña de la Venta, fue progresando en tiempo y forma desde la intimidad hasta la inmensidad que representó la inmortal jerezana, de quien recordó sus más importantes composiciones, transformando el escenario a un formato que recordaba las compañías de los años 60 y 70.

Bajo un público que le jaleaba sin cesar, La Niña de la Venta, Cuna Cañí y Mi Sangre compusieron una obertura que encontró como punto álgido a ‘La Zarzamora’, que tuvo que interrumpir a la mitad para recibir el cariño de un público que se puso completamente en pie.

“Llevo muchos años intentando estar en el Villamarta y hoy ha llegado mi hora” le hizo saber al público. Y su hora llegó reencarnado del mismo embrujo y duende que encumbraron a la propia Lola. Parecía como si ella hubiera depositado en él todo cuanto el mundo del arte fue fraguándole con el paso del tiempo, y que él refrendo bajo un alegato a la importancia que tiene para la música la copla española a ritmo de pasodoble.

Con ‘Pena, penita, pena’ comenzó a recorrer la etapa cinematográfica de Lola Flores y el binomio que conformó con Manolo Caracol. Las inmortales zambras que ambos pusieron en el estrellato encontraron acomodo con ‘A tu vera’, ‘La Gabriela’, que él quiso meter a compás de bulería, y ‘Limosna de Amores’ con la que dio fin a esa parte del espectáculo y meterse en el compás con denominación de origen Jerez: la bulería. Él tiene un tremendo poso flamenco, no sólo por genética y sangre, sino por comienzos artísticos, y juega con total facilidad con el compás de doce tiempos de la bulería, que domina y controla sin problema alguno, entrando y saliendo de sus tempos según le pidiera el cuerpo.

Si importante fue Manolo Caracol para Lola Flores, no menos importante Antonio ‘El Pescailla’, y también tuvo su espacio en el espectáculo, al igual que otros temas importantes de la misma época, como ‘La Leyenda del Tiempo’ de Camarón y Paco de Lucíaque utilizó para un cambio de vestuario. Dejando el protagonismo a todo el atrás con “voy a cambiarme y ahora vengo”, se encaró la recta final del espectáculo, cuyo inicio vino a golpe de bulería y la rumba catalana, reservando para el cierre las eternas estrofas de ‘Los metales’ compuestas por el Tío Antonio Gallardo.

Fernando Soto canta, baila y le recomendamos que no se lo pierdan, porque en la noche del pasado martes, al igual que en cualquier otra en la que tengna la oportunidad de verle sobre el escenario, da lo mejor de sí. En esta ocasión, con el adivito de honrar la memoria de La Faraona, y Antonio Merino Sánchez, padre de Carlos Merino, percusionista de la orquesta, que hizo de tripas corazón para estar con quien debía donde debía. Grande el gesto, y bonito el detalle que honra a Fernando como persona y como artista. Sabedores que el principal lema de un artista es que ‘la función debe continuar’, no hubo mejor tributo para ambos en una noche que tardaremos en olvidar.

¡Enhorabuena!

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