El alma y el espítiru de una raíz que todo lo puede

No puedo negar que lejos queda ya el Alfredo que conocí y que hace mucho tiempo echó a volar, y más cuando encontró el punto de fuga, buscando esa otra manera de ver el flamenco que se libera a través de sus manos. Un artista que se sube al cielo para crecer y baja a los infiernos para comprender que todos los días amanece una vida y una ilusión de un mundo nuevo entre negras y blancas, fusas y semifusas, no siempre confusas.

Su partitura es una fuente de la que manan las notas que te llegan directamente a donde bailan la luna y el sol. No es lo que toca. Es como lo toca. El misterio que lo envuelve dentro de ritmos que te hacen mover los pies y tener la sensación de que es algo nuevo que seduce tus oídos y que ayer, por desgracia, algunos no pudimos quedarnos hasta el final. Esta Bienal tiene que replantearse seriamente sus horarios. Hay artistas que no se merecen que los dejemos a medias, ni que otros nos tengan que esperar.

Volveré.