La Bienal no acaba con el último espectáculo. No. Ni mucho menos. Ni siquiera con la presentación del balance. Ese texto que dicen que todos son muy buenos y muy guapos. No. Acaba con el último punto y final de nuestra mente. Ese que no pones en el papel sino el que pones tú cabeza. Ese que hasta ahora no ha querido salir. Ese que hoy están leyendo ustedes con estas letras. Estas que sí que ponen en Flamencomania clausura a 24 dias incesantes. Estas que comienzan con una disculpa. Quien tiene que saberlo lo conoce. No hace falta dar mas señas.
Dicen que la felicidad, en muchas ocasiones, radica en el desconocimiento y, precisamente lo contrario, me provocó hace ahora casi una semana que perdiera la perspectiva. La del espectador. La del público. La del que se sienta en la butaca. Ese. El que hace posible que el mundo del arte pueda seguir girando. Ese. Si. El que vió como Ana Morales le rendía un magnífico requiem a su padre. Si. En el Lope de Vega. Con permiso. Y sin el.
No hace mucho escribía que no se vive como se baila sino que se baila como se vive. Y como ella vivió y sintió descubrir lo de Morales que tiene Ana fue lo que se plasmó en el escenario. Nueve meses de trabajo. Un embarazo. Un alumbramiento en formato de estreno. Este año en la Bienal muchos corrían para ser los primeros y ella llegó la casi de las últimas al espacio escénico. Como llegó a su familia. La menor. La chica. Con sus ventajas. Y también sus inconvenientes.
Complejo era el objetivo. Complejo era el encuentro. Con su padre y con el público. ¿Cómo era su padre? ¿Quién era el señor Morales? Esas son las preguntas que nos responde Ana Morales en este espectáculo en el que busca, a través de su danza, sus orígenes, sus miedos, sus temores y sus afectos. Un encuentro que sólo ella conoce y que tiene como misión hacer al respetable partícipe a través de unas confidencias abiertas al público. Ese que es el motivo de que ella esté sobre un escenario rindiéndole homenaje a su ancestro desde la abstracción del recuerdo hasta el sentimiento más intrínseco y personal. Como si bailara encarnada en otro cuerpo.
Todo ello se desarrolla en tres episodios diferenciados unos de otros. Como diferenciadas son sus creaciones desde perspectivas dancísticas siempre de la mano del flamenco. Unas veces más vanguardista y otras menos. Unas veces más ortodoxa y otras menos. Unas veces más identificable y otras mas lejana a los tradicionales conceptos pero siempre con la base marcada con el ritmo y el marchamo percutivo de lo jondo que salía de las manos de Daniel Suárez.
Sus conceptos dancísticos tienen un sello y estilo propio. Da igual que la inviten a comer naranjas o que baile enfundada en neopreno. En bata de cola o en un traje viejo. Suyo o de otro. Con vuelta y media para no besar el suelo. Hay movimientos que se reconocen hasta en un fotograma. Su baile es tan inconfundible como el cante que la arropaba. Enorme Juan José Amador. Y enorme Cano en la sonanta. Especialmente en la petenera y la seguiriya la señorita Morales sacó lo mejor de Ana. Y en el paso a dos ‘acompasado’ con José Manuel Álvarez, Morales la dejó ser Ana.
Exhalando el humo del imaginario cigarro. Recogiendo la hipotética tanza de la caña. Escuchando el cante más solitario. El que rompe el alma. El de Juan José Amador. Por malagueñas, con su guitarra. Encontrar a quien me quisiera decía la letra. Y a Morales le puso por delante la vida a Moreno. Apellidos catalán de andaluz recuerdo. Ese apellido que se baila por sevillanas. Que adora la rumba. Y que con la Luz de la Luna aflora el alma que sólo un abrigo es capaz de sosegarla. Qué fácil parece enseñar el camino. Qué dificil es describir ante la mirada.
El recuerdo. El que dicen que sólo deja lo bueno. Ese que hace que los ojos cerrados sean el mejor de los momentos. Ese que nos trajo un réquiem. Ese que nos trajo un estreno. Por primera vez a una Ana más Morales que Moreno. Llegan una semana tarde estas letras. Qué más da si quien quiera refrendarlas el mejor consejo es que si puede vaya a verlo. Con permiso o sin permiso. Siempre será su baile la mejor manera de mantener su memoria y su recuerdo. Las personas mueren cuando caen el olvido. Hace una semana el Teatro Lope de Vega hizo de puerta hacia otra dimensión donde lo humano fue más etéreo y lo etéreo un poquito más nuestro.
Ficha Técnica:
Espectáculo: Sin permiso (Canciones para el silencio) – Artista: Compañía de Ana Morales – Lugar: Teatro Lope de Vega – Bienal de Flamenco de Sevilla – Fecha: 28 de septiembre de 2018 – Baile: Ana Morales y José Manuel Álvarez – Cante: Juan José Amador – Guitarra: Juan Antonio Suárez ‘Canito’ – Percusión: Daniel Suárez.
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