Ficha Técnica:
Espectáculo: Manuela – Artista: Manuela Carrasco – Lugar: Teatro de la Maestranza (Bienal de Flamenco de Sevilla) – Fecha: 28 de septiembre de 2022 – Aforo: Tres cuartos – Baile: Manuela Carrasco – Cante: Jesús Méndez, Antonio Reyes y Enrique ‘El Extremeño’ – Toque: Pepe del Morao, Joaquín Amador y Ramón Amador – Violín: Samuel Cortés – Violonchelo: María Lomas de Goñi – Compás y Cante: Ezequiel Montoya y Juan Tomás
Sevilla, a 29 de septiembre 2022. Aún con el regusto en el cuerpo tras su paso por el Teatro Villamarta en el Día de Andalucía durante el pasado Festival de Jerez del corriente con el espectáculo ‘Aires de Mujer’ – estrenado en el Teatro Cervantes de Málaga en septiembre de 2021- donde reivindicaba el papel femenino en el flamenco, Manuela Carrasco Salazar (Sevilla, 1958) llegaba a su ciudad natal para exponer sobre el principal espacio escénico de la Bienal de Flamenco de Sevilla un nuevo trabajo. Manuela. Así. Sin más. Magnánima, Ancestral, Noble, Universal, Esencial, Libre y Auténtica. Tal y como reza en el pase de mano a base de acrónimos.
Repetir hasta la saciedad o hiperbolear lo que su imagen irradia, el magnetismo de un baile cuyos movimientos forman parte del patrimonio flamenco del movimiento y de la historia de la danza – de la que es Premio Nacional desde 2007- o la capacidad de transmisión de energías que es capaz de hacer sentir al público, no hace falta que nosotros se lo digamos. Eso ya lo saben todos ustedes. Es Manuela Carrasco. O más bien. ¡Manuela!. La bailaora a la que no hace falta poner ni apellidos. Su nombre es ya más que suficiente para saber de quien se trata. Como lo es su presencia en el escenario para olvidarte de todo lo demás.
Así que, parafraseando aquel disco del año 1998 de la Agrupación Musical Virgen de los Reyes dedicado al Señor de la Salud de la Hermandad de los Gitanos, por aquel entonces en la iglesia de San Román, podríamos decir que Manuela llegó como llega siempre – al Maestranza- y Sevilla la esperaba. Si. Y nada más verla, el público le brindó una ovación con la que sueña cualquier artista que consigue ser profeta en su tierra y, además, embajadora del flamenco más racial y visceral de cualquier terreno que pise. Porque a Manuela hay que ir a verla siempre. Pase lo que pase. Y ocurra lo que ocurra. Como se iba a la plaza a ver torear a Curro Romero o a Rafael de Paula. O, en clave flamenca y borborea, como se iba a ver a Juan Moneo ‘El Torta’ actuara donde actuase.
Sevilla la esperaba como un padre espera la vuelta de su hijo tras largo tiempo sin tener contacto y, lo que para cualquier otro artista hubiera supuesto una crucifixión más que segura, quedó en un segundo plano gracias a todos esos elementos que han fraguado en Manuela Carrasco ser una artista que no sólo ha marcado una época, sino que aún continúa siendo la referencia de quienes están encargadas de llevar hacia el futuro la danza y el flamenco. Estoy seguro de que muchos de ustedes, al igual que este que escribe estas letras, nunca llegará a entender los motivos de por qué artistas de dimensión universal, como es el caso, se terminan dejando guiar/aconsejar/dirigir por quienes no llegan ni al nivel de patio de colegio en cuestiones escenográficas y de producción. Y resulta curioso eso porque, en un espectáculo donde el conjunto siempre suma mucho más que las partes por separado, cuestiones de este tipo restaron muy mucho a lo que se expuso. Que, por otro lado, fue mucho y muy bueno.
Y decimos lo anterior por varias y sencillas razones. La primera porque un elenco de auténtico lujo, que contaba con el cante de Jesús Méndez, Antonio Reyes y Enrique ‘El Extremeño’ y el toque de Pepe del Morao, además quienes suelen ser habituales en su orquesta y, por supuesto, ella, no se merecían tener que estar esquivándose en el escenario para no estar a oscuras por mor de un diseño de luces mal realizado y direccionado. Un ejemplo claro de ello fue en la seguiriya, de lo mejor de la noche, donde la figura de un Antonio Reyes muriéndose en cada tercio eclipsaba las luces laterales y ensombrecía el movimiento de Manuela Carrasco durante gran parte del baile. Y este no es el único ejemplo. Podemos poner algunos/bastantes mas.
Dos. La distribución del atrás impedía una mejor conexión entre músicos, con el cuerpo de palmas y percusión en el centro, las guitarras en un lateral y el cante el lateral opuesto y con demasiados momentos con convidados de piedra en números en los que ni siquiera formaban parte de lo que se estaba ejecutando. A eso también tenemos que añadir elementos de vestuario que quedaron tirados sobre la corbata del escenario durante casi todo el espectáculo sin aparente significado ni razón. Y tres. Las transiciones entre pieza y pieza parecía una feria y no se trataba de disimular lo máximo posible las entradas y salidas de artistas enviando la caja a negro para quitar lo que sobra y poner lo que faltase o, por ejemplo, a través de focos cenitales. Y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá porque ese cúmulo de despropósitos también forma parte de todo lo que ocurre en la escena, que para eso es un espectáculo y no un recital de baile en una peña, un festival de verano o un tablao. Y nos guste o no, estamos en el Teatro de la Maestranza, uno de los teatros más importantes de España y, además, en la Bienal de Flamenco de Sevilla, que dice ser el festival flamenco más importante del mundo. O, al menos, lo pretende.
Menos mal que su baile que todo lo puede – sobre todo por soleá- y, junto con el cante que se encargaron de enarbolar los tres tenores que la acompañaban, consiguió luchar y salir victorioso de esta batalla contra los elementos. Nueve piezas que podríamos dividir por separado, pero de las que hay que destacar los envites de Manuela con cada uno de los cantaores. Con Jesús Méndez, por caña, se volvía a mostrar imperial en movimientos, como imperial también fue la voz del jerezano, dándole en el cante ‘los 20 reales del duro’ a la bailaora, con Antonio Reyes por seguiriyas, empatizando de forma sobresaliente con el dolor presente del cante del chiclanero y, como no, por soleá.
De nuevo con Enrique ‘El Extremeño’ como escudero, Manuela Carrasco renovaba ese voto en el que promete seguir siendo santo, seña, patrón, norte, guía y guardiana de la reina de los cantes. Y de los bailes. Por el fin de los días. Esos 10, 12 o 15 minutos que transitan desde que alza sus brazos al infinito, mira al frente y empieza a marcar el paso, hasta que se marcha del escenario, son como tocar el cielo con las manos para cualquiera que tenga la oportunidad de vivirlos en directo. Su baile por soleá es el elixir que mantiene viva la llama del baile flamenco más clásico e inmortal. Un bálsamo que todo lo cura. La medicina que sana el alma. Y lo que hizo que para muchos mereciera la pena hacer los kilómetros que haga falta para disfrutar de ella. Con ella. Y de su baile. Por eso, cuando ella baila, importa poco todo lo demás.
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