Código Morales

30/09/20 Flamencomanía Texto: David Montes - Fotografía: Claudia Ruiz (Bienal de Flamenco de Sevilla)

La bailaora catalana afincada en Sevilla presenta una propuesta en la que establece un universo propio asentando una expresión corporal con nombre y apellidos.

Bienal de Flamenco de Sevilla, a 30 de septiembre de 2020. El pasado lunes el Teatro Central acogía una propuesta más que interesante dentro de la programación oficial del festival flamenco más importante del mundo. Tal y como nos adelantara en la entrevista que nos concedía a FLAMENCOMANÍA, la bailaora Ana Morales se enfrentaba a esa dicotomía consistente en la lucha de poderes que establecen esas fuerzas o cuestiones que no podrían existir la una sin la otra.

La música no existiría sin el baile y el baile necesita a la música para establecerse como modo de expresión – entendiendo el silencio también como sonido- así como esas fórmulas mágicas que marcan esos puntos donde todo encaja y donde todo fluye y las fuerzas convergen. Y ese juego de dualidades, esos caminos que son los polos opuestos del imán que sostiene el equilibrio de la vida, es el epicentro de un trabajo creativo en el que tanto Ana Morales como la escolta musical compuesta por José Quevedo ‘Bolita’, Pablo Martín-Caminero y Paquito González sabe interpretar a la perfección.

Y de ellos fuimos testigos los presentes a través del continuo solo del que se compone ‘La Cuerda Floja’, salvo la pieza intermedia en que la música hace de intermedio y en el que, durante la hora y poco de duración, el taranto desgarra sus bordones, los tanguillos juegan a ser un cinco, las bulerías se llenan de volantes o la imperialidad de la soleá es antesala de un epílogo en el que se muestra el arte al contraluz.

Lo importante de este espectáculo radica en la capacidad camaleónica de baile y música para ser alfa y omega en la misma pieza, a través de la creatividad que juega por momentos a la improvisación jazzística, pero sin salirse de los códigos flamencos que cada uno de ellos llevan implícitos en la masa de la sangre.

Los músicos, ‘Una Hartá de Flamencos’, han sabido adaptar su partitura tradicional de concierto, normalmente definido, estructurado y llevado al milímetro a una estructura rígida, a la complementación de un baile que es algo que trasciende del metrónomo. Y el baile de Ana Morales se muestra como un lenguaje propio y definido y, sobre todo, clasificable con nombre y apellidos, tanto por gestos como por formas y maneras de mover su cuerpo.

Seguramente ayer no veríamos este espectáculo de Ana Morales con los mismos ojos de hoy, así como tampoco mañana no lo veríamos de la misma manera. Lo que sí está claro y patente es que, en el Teatro Central, fuimos testigos de que hay artistas que tienen como habitual zona de confort la incesante necesidad de buscar y crear nuevas vías de expresión y encuentran su espacio vital, como es el caso, en esa cuerda floja que marca la monotonía con esa agradable sensación de sentirse vivo.

Por ello, lo importante en ‘La Cuerda Floja’ no es qué se baila sino como se baila, no es qué se toca sino cómo se toca y de qué manera es capaz de implementarse para encajar sin desentonar en un conjunto que viste de rojo, sabe vivir por separado y a la vez caminar junto uno al otro. La capacidad de Ana Morales poniendo su baile al servicio de la música y de los músicos embutidos en su zona reservada son capaces de encontrar la simbiosis con el baile encontrando de forma etérea esa sección aurea que el arte necesita para encontrar el equilibrio y que ‘La Cuerda Floja’ sea precisamente no la que los haga caer sino la que les permita seguir viviendo.

Enhorabuena.

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