Aquel día que tocó Riqueni en Nîmes

Aquel día que tocó Riqueni en Nîmes. Domingo. El día que todo acaba. El día que todo comienza. Su guitarra. La que le permite expresarse sin palabras. La extensión de su mente. La que tenía en sus manos ayer. La que tenía en sus manos aquel día tocando en el estanque de los lotos.

En el Costurero de la Reina le esperaba entre arpegios Javier Barón. Todo se vuelve blanco y negro. Como el ayer. Música de salón donde nunca se pierden los pasos. Escuela clásica que no debería perderse nunca. Que dificil es lo fácil.

Cuando las cuerdas hablan, las personas cayan. La música. Que palabra tan dificil. Que pocos la tienen en sus manos. Rafael. Si. El que tiene nombre renacentista. El que ha renacido de sus propias notas. Y fue aquel día.

Riqueni es el Sam de Casablanca. Nunca quieres que deje de tocar. Nunca quieres que deje de sentir. Ni él ni tú. Ni yo. El Parque de Maria Luisa se viste de pentagramas entre bulerías y añoranzas. La isleta de los patos y el monte Gurugú desembocan en la glorieta de la Esperanza. Triana. Compás. Soleá de pañuelo. Taranta que sabe a tierra. Rondeña de ensueño.

Esa noche. La de aquel día. La que tocó Riqueni al Niño Miguel. La que tocó al romero verde. A Manuel Molina. La que nos tocó a todos donde el alma duele. La que nos tocó a sólo a algunos vivirla para recordarla.

Siete años de espera que han merecido la pena.