Rabia. Impotencia. Tristeza. Pena. Incomprensión. Incredulidad. Y más. Muchos más adjetivos. Todos sinónimos. Ninguno antónimo. Eso ha sido lo que me ha generado conocer las circunstancias de tu partida. La noticia de tu muerte, René Robert, nos llegó al Festival Flamenco de Nîmes como un jarro de agua fría, pero a muchos no nos llegó cómo fue. Conocerlas no sólo me ha dejado el corazón helado sino que también me ha llevado a pensar ¿en qué mundo vivimos? O mas bien ¿en qué mundo vivo? ¿Nueve horas en el suelo y nadie fue capaz de preguntarte “Monsieur, ça va bien?” ¿Nadie? ¿Nadie se percató que había una persona de 85 años en el frío suelo parisino del mes de enero? ¿Tan ocupados estamos para no ver más allá de la pantalla de un móvil en la ‘Ciudad de la Luz’? ¿Tanta indiferencia nos hace capaces de no prestar auxilio a quien lo necesita? Pues si este es el tren en el que me ha tocado vivir, que paren porque yo me bajo.
Ya sé que la vida no es justa. Y que también castiga con especial dureza a las personas de buen corazón. Pero tanto no me lo imaginaba. De esta manera no. Y menos con quien siendo un genio de la fotografía esperaba con ilusión a los artistas en la puerta de salida de los teatros para regalarles su arte entre cartulinas. Siempre tenías una sonrisa como respuesta, una mirada amable, un buen gesto y un trato cordial y respetuoso con todos.
Aún recuerdo cuando nos presentó Corinne Fraysinnet y juntos fuimos los tres a ver tu exposición en el Museo de Arte Contemporaneo de Nîmes. Y si. Te hablo en presente porque este año esperaba verte de nuevo disfrutando con nosotros del flamenco que amas. Esa amistad que renovamos con un abrazo en el 2020 en el mismo lugar que nos conocimos y donde te dije que ni te imaginas con el cariño que aún guardo la tirada de sellos que me regalaste y que ilustra la incólume Aurora Vargas. 239/250 René Robert reza el pie. Una 'collection privée' como me dijiste. ¡Y uno de los 250 afortunados soy yo!. ¡Y No sabes como me alegro de ser uno de ellos!.
Pero no sólo fuiste capaz de sacar la energía de Aurora Vargas, sino que también captaste la jondura de Chocolate, la sonrisa cómplice de Camarón y Tomatito, la majestuosidad de Antonio Gades y Cristina Hoyos, la complicidad de Sara Baras y Javier Barón, la imperialidad de Manuela Carrasco, el misticismo de Paco de Lucía o la elegancia de Carmen Linares en un sinfín de momentos que regalaste a la Biblioteca Nacional de Francia y que ahora todo el mundo puede disfrutar.
Supiste parar el tiempo con acierto en esa cámara que veía pasar el mundo en blanco y negro. Ese mundo que hace un par de días fue más lo oscuro que lo claro y mostró su cara más amarga. Quizás muchos de vosotros no sabéis de quien estoy hablando. Puede que no tengáis ni la más remota idea y ahora lo estéis buscando en la red de redes. Yo sólo puedo deciros que se nos ha ido una persona que se hace querer desde el primer segundo que la conoces.
Han sido pocas, muy pocas, las noticias que se han publicado en España sobre la muerte de este gran artista de la fotografía flamenca como ha sido, es y será René Robert, así como las trágicas circunstancias que han desembocado este fatal desenlace. Lo único cierto y fijo es que nos ha dejado para siempre quien llegó a este mundo de los vivos en Suiza en el año 1936, se convirtió en un apasionado del flamenco más racial y existencial, lo supo capturar como pocos en blanco y negro con su cámara, pero ha tenido que ser un amigo suyo, el periodista francés Michel Mompontet, quien avisara al mundo que a René Robert lo había asesinado la indiferencia. Nadie, salvo un vagabundo que se acercó, fue capaz de llamar a los servicios de emergencia que poco o nada pudieron hacer por mantenerle entre nosotros cuando llegaron donde se encontraba debido a la hipotermia que sufría y que calcularon que podía llevar hasta nueve horas sufriendo en el suelo.
Que pena que ahora los teléfonos móviles no los usemos para llamar sino para aislarnos de la realidad de la que estamos rodeados.
Descansa en paz, amigo.
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